Durante los dos días siguientes, Martina se durmió y despertó, volvió a dormirse y a despertar… y siguió igual.
No mejoró.
En su mundo solo reconocía a Salvador.
Por la tarde llegó de nuevo el médico naturista. Le hizo una revisión minuciosa.
A diferencia de la vez anterior, Martina cooperó mucho más; le faltaban seguridad y confianza, y cada tanto miraba a Salvador. Al final, él le tomó la mano. Solo así se calmó.
El médico miró a Salvador.
—Llévela a dar una vuelta.
Era la señal de que quería hablar a solas del cuadro.
—Está bien.
—Salvador… —Martina no era tonta, solo había perdido la memoria. Entendió lo que pretendían—. ¿Puedo quedarme?
Salvador le sonrió con suavidad y le acarició la sien.
—Regalo no ha dejado de ladrar. Ve a acompañarla, ¿sí? Sácala un rato al jardín.
Era un no.
Martina hizo un puchero.
—Bueno.
A regañadientes, se levantó y fue a buscar a la perrita.
Apenas salió, el aire se volvió denso. Salvador frunció el ceño.
—Dígame.
—Verá… —el médico le explicó con detall