—Sí, muy lista.
Salvador se inclinó y la besó.
Martina abrió mucho los ojos, con las manos apoyadas en su pecho.
—Tú…
—¿Yo qué?
Cuando el beso terminó, la miró con las mejillas encendidas y soltó una risa breve.
—Somos esposos. Es normal.
Martina se quedó con la boca entreabierta, sin saber cómo refutar. Tardó en encontrar palabras.
—Estoy enferma. Te estás aprovechando.
—No me aprovecho de ti —le sostuvo el rostro entre las manos y la miró hondo—. Y no voy a permitir que te pase nada.
Esa noche, en el estudio, Salvador por fin se puso en contacto con Alejandro Guzmán.
En el teléfono, Alejandro lo encaró sin rodeos:
—¿Estás loco? ¿Qué hiciste? ¿Dónde tienes a Martina? ¿Están juntos?
—Sí —admitió Salvador.
—Tú… —Alejandro se quedó sin aire; aun siendo como hermanos, no encontró cómo defenderlo—. ¿Sabes lo que estás haciendo? Te la llevaste. Sus papás están que se vuelven locos.
—Sé que no puedes soltarla, pero esto no se hace. Así, ¿todavía esperas que Carlos Hernández te entregue a su