Martina había dormido bien la noche anterior: antes de las ocho ya se había quedado profundamente dormida. Por eso despertó al amanecer, despejada, con el cuerpo liviano. Cuando llegó al descanso de la escalera, sonó el timbre.
La empleada de planta corrió a abrir. Era Teresa Ramírez, recién incorporada a la casa para cuidarla; en la familia Hernández siempre habían tenido ayuda por horas, nunca alguien que se quedara.
—¿A quién busca? —preguntó Teresa.
—Déjame, Teresa, yo veo —dijo Martina, pensando que ella aún no conocía a todos los amigos de la familia.
—Está bien.
Apenas se acercó a la puerta, se le congeló el gesto. En el umbral estaba Salvador.
—Marti —sonrió él, entrando con unas bolsas en la mano.
Martina frunció apenas el ceño. Ya que había cruzado el umbral, no iba a sacarlo con la escoba, pero tampoco pensaba facilitarle nada.
—¿Qué se te ofrecía?
—Vine por algo concreto —respondió él.
Sacó un paquetito del bolsillo y se lo tendió. Martina lo abrió: un amuleto de protección