—¡Salvador Morán!
Laura alzó el calzador de metal que tenía a mano y se fue contra él, descargándole golpes en el brazo y la espalda.
—¡Suéltala, suéltala! —gritó—. ¡A ver si así aprendes a no maltratar a Martina! ¡A mi hija no me la tocas!
—¡Ah…! —Salvador apretó los dientes del dolor.
—¡Mamá! —Martina lo detuvo, temiendo que Laura le provocara una lesión seria. No era que lo compadeciera; sabía que enfrentarse a la familia Morán no era algo que su casa, de clase media, pudiera permitirse—. No lo golpees.
Laura se contuvo, los ojos enrojecidos, y lo fulminó con la mirada.
—¡Abusivo! ¿No te bastó con usarla y dejarla? ¿No ves cómo está, y todavía no la dejas en paz?
—No es así, mamá…
—¿Mamá, yo? —escupió Laura con desprecio—. A mí no me digas “mamá”. No me alcanza para ser madre de un señorito como tú.
Le apuntó el rostro con el calzador.
—¿Te vas o te saco a patadas? ¡Lárgate!
—Mamá… —Salvador, por reflejo, no cambiaba el trato—. Hoy vine a llevar a Martina con un médico tradicional m