—¿¿Cómo se te ocurre preguntarme eso? —Estella rio—. Si yo invito para agradecerte, lo justo es que comamos donde tú quieras.
—Bien —Salvador sonrió—. Arriba hay un bistró francés bueno. ¿Lo probamos?
—Va.
—Vamos.
Subieron entre charla y risas. No esperaban que el lugar estuviera tan apretado: sin reserva tocaba esperar turno. A Salvador, por supuesto, no le hacía falta.
—Quédate aquí un segundo —le dijo a Estella—. Voy a buscar al gerente.
—Ok.
Salvador avanzó por el pasillo. Había una hilera de bancas para la gente que aguardaba mesa. Caminó sin mirar a los lados.
—¡Señor!
Alguien lo llamó. No volteó de inmediato; giró solo porque la voz le sonó conocida. Por más divorcio que hubiera, era la voz de Martina Hernández, la mujer que había compartido su cama medio año… y a quien había deseado durante años.
¿Cómo no iba a reconocerla?
Se detuvo. Martina sostenía un portallaves y se lo alzó, sonriente:
—Señor, se le cayó esto.
Salvador se quedó inmóvil, desconcertado. ¿Qué hacía Martina… h