Martina lo sacó: Fernando.
“Luci, ¿ya entraste? Descansa temprano. Buenas noches.”
Con ese renglón, hasta a Martina se le llenaron los ojos.
Luciana tomó el teléfono y marcó.
—¿Bueno? —contestó Fernando casi de inmediato.
—Fer… —la voz se le quebraba—. Ya llegué. Bue… buenas noches.
—Ajá. Buenas noches —hubo un silencio—. Y que lo que viene para ti sea ligero y bueno. Paz y alegría.
Luciana se cubrió la boca para no romper en llanto. Ajustó la respiración una y otra vez.
—Lo mismo para ti —consiguió decir—. Que todo te salga bien. Paz y alegría.
Hubo silencio.
Un segundo, dos.
Nada más.
La llamada se cortó.
—¡Marti!
Luciana giró la cabeza y volvió a hundirse en el abrazo de Martina. Ella la sostuvo sin decir palabra. Solo estuvo ahí.
***
A la mañana siguiente, Luciana despertó sin saber la hora. No recordaba cómo subió ni en qué momento se durmió. Tenía la vaga memoria de un paquete frío en los párpados: Martina le había puesto hielo para desinflamar. Si no, quizá ni habría podido abri