Como Luciana no regresaba, Martina la esperó en la sala de abajo. Reclinada en el sofá y con la tele encendida, cabeceaba cuando oyó ruido en el recibidor.
—¿Luci, ya volviste?
Bostezó y se puso de pie. Sin el foco principal, la sala quedaba en penumbra: en la entrada, Luciana estaba quieta, con el vestido de novia puesto. La cola, lujosa, se abría a sus pies como una alfombra de luz.
—¡Guau…! —Martina no pudo evitarlo—. Está precioso.
—¿Es tu vestido?
—…Sí.
—¿Lo diseñó Fer? Ese tipo… tiene un talento impresionante.
Mientras lo elogiaba, empezó a notar lo extraño: desde que entró, Luciana no se había movido ni había dicho nada.
—¿Luci?
Martina rodeó la cola del vestido y se acercó. Solo entonces vio el rostro que la sombra escondía: los ojos hinchados, la cara empapada de lágrimas.
—¡Luci! —le tomó las manos—. Están heladas… ¿Qué pasó? ¿Dónde está Fer? ¿No estaban juntos? ¿Él te trajo?
—Marti…
Luciana la miró y las lágrimas volvieron a desbordarse. Sentía que podía llorar hasta secarse