Juana señaló el termo de comida sobre la mesa de centro.
—Te traje sopa de casa.
En esas semanas él había estado desbordado. Sin exagerar, trabajaba hasta desordenarse las comidas y el sueño; aquel ritmo le hacía daño. Para colmo, arrastraba problemas gástricos. Se había adelgazado tanto que los pómulos se le marcaban.
Juana no pudo ayudarlo en lo laboral, así que lo cuidó en lo cotidiano. Su intención la conocía todo el Grupo Guzmán. También Alejandro. Y ante eso, él se sentía impotente.
Antes, para que Luciana no se preocupara ni cargara culpas, Alejandro le había pedido a Juana que simularan estar “intentándolo”. Por ese favor, él le estaba agradecido. Pero eso había sido antes. Desde que volvió de Toronto, se había deshecho del último nudo con Luciana: seguía amándola, no la había olvidado ni la había soltado… pero ya no guardaba rencor ni exigía un final.
Juana, en cambio, se había empecinado.
—Ay… —Alejandro miró el termo y suspiró. La miró con cansancio—. Juana, ya te lo dije.
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