—Pero… —Luciana no entendía—. ¿El qué?
La reacción de Luciana le calentó el corazón. Fernando sabía que, si insistía, podía alcanzar la felicidad que había deseado desde joven. Ojalá fuera un poco más duro —o la quisiera un poco menos—; quizá entonces tomaría esa decisión egoísta. Pero no podía.
—Pero, Luci…
Al verla con los ojos llenos de lágrimas, a Fernando le dolió por ella y por él.
—Tú podrías tener una vida mejor.
—¿Eh? —Luciana sintió un golpe en el pecho. Creyó adivinar hacia dónde iba.
—Alejandro Guzmán.
Fernando pronunció el nombre.
—Con él tendrías todo lo que yo puedo darte; y además, eso que conmigo no tendrás…
—Fer…
—Porque ustedes se aman.
Luciana se quedó helada, sin palabras. No atinó a discutir. Solo murmuró:
—Fer…
Las lágrimas corrían cada vez más.
Fernando alzó la mano y le sostuvo el mentón.
—Sé lo de Toronto. Sé todo.
—¿Qué…? —Luciana se quedó pasmada—. ¿Cómo lo sabes?
—Antes de que volvieras, tu padre vino a verme.
Recordó de inmediato aquellos dos días en que E