Martina se dio cuenta entonces: no venía con las manos vacías. Traía una montaña de cosas, bolsas y cajas de todos tamaños.
—Pasa ya —apremió Salvador—. En la entrada corre aire; te vas a enfriar.
—Ok.
Martina entró, cruzada de brazos, y lo vio ir y venir varias veces hasta meterlo todo.
La miró.
—¿Tienes tijeras o un cúter?
—Sí.
Martina asintió y fue a buscarlos.
—No te muevas —la detuvo—. Dime dónde y yo lo tomo.
Ella parpadeó y señaló:
—En el recibidor. Abres el mueble y está colgado en el panel perforado.
“Me trata como cristal: le da miedo que me golpee solo por caminar…”
—Bien.
Salvador tomó el cúter, abrió caja por caja y fue ordenando todo.
—Estos son suplementos para ti; estos otros, botanas… —hizo una pausa—. Verificado: todo es apto para embarazadas, puedes comer sin miedo.
—Y estos son para las náuseas del primer trimestre…
—Y aquí hay medicamentos y vitaminas. Le hacen bien al bebé.
El piso quedó lleno. Martina frunció el ceño y se acercó a recoger.
—No los toques —la miró