—¿Qué…? —a Luciana le zumbó la cabeza. ¿Qué estaba pasando?
Lo entendió de inmediato: era el tumor en el cerebro de Martina. Se le nublaron los ojos; le ganó la compasión más que el susto. Se calmó de prisa y le tomó la mano.
—Marti, soy yo. Soy Luci.
—¿Tú…?
Martina la miró, como poniendo a prueba la verdad de esas palabras.
—Sí. Mírame bien: soy Luci. Esta es mi casa… llevas un par de días quedándote conmigo. ¿Ya me reconoces?
Martina parpadeó, se tensó y cerró los ojos.
—No pasa nada, aquí estoy —Luciana le acarició la mano, escondiendo su propia inquietud.
Al cabo de un momento, Martina abrió los ojos; la mirada volvió a enfocarse, aunque el color se le había ido del rostro.
—Luci.
—Eh.
A Luciana casi se le quiebra la voz; apretó los dientes para no llorar.
—Listo. Ya pasó.
—Ajá —asintió Martina, serena de nuevo; incluso fue ella quien la tranquilizó—. Te asusté, ¿verdad? No te preocupes.
Luciana se desconcertó un segundo por su calma.
—Es la segunda vez —sonrió con leve ironía; alz