Era fin de semana.
A mediodía, Luciana y Martina pasaron por la casa de la familia Hernández. Almorzaron allí.
Ese día tocaban empanaditas caseras al vapor. Con la fiebre cocinera a tope, Luciana se pegó a don Carlos en la cocina para hacerle de asistente y aprender en serio.
—¿Cómo vamos a ponerte a trabajar? —se apenó don Carlos—. Esta hija mía ni se asoma a ayudar.
—Don Carlos, Marti me está dejando la cancha libre —se rió Luciana—. Ella ya se lo sabe todo… ¿también me va a disputar al maestro?
—Ja, ja… —don Carlos, encantado, le explicó paso a paso—. Siendo tan lista, seguro te quedan mejor que a ella.
Mientras la cocina hervía de vapor, Martina jugaba con Alba.
Luciana había traído de Toronto un montón de juguetes: algunos comprados por Enzo, pero la mayoría regalados por Kevin, su tío peque. Alba aceptó sin drama ese parentesco nuevo: los niños se adaptan más rápido que los adultos.
El tapete estaba sembrado de juguetes. Martina y Alba peinaban muñecas, les cambiaban de ropa, las