En el breve silencio, ninguno habló.
Había cosas que ninguno quería decir.
Porque… cuando Domingo cayera, Alejandro tendría que volver a Ciudad Muonio. Y allá, ya no podrían estar como ahora.
Ale la miró en silencio, con la mirada pegada a Luciana; enamorado perdido.
—Por cierto… —ella rompió el clima, tomó el celular.
Por seguridad de Ale, Enzo le había comprado uno nuevo sin SIM. Aun así, podía usar la cámara.
—Le voy a tomar una foto a la casita de jengibre —apuntó al frente—. Cuando regresemos, se la enseño a Alba: “Mamá también armó una este año”.
—¿Ah, sí? —Ale la rodeó con la mirada, divertido—. ¿La armó mamá?
—¿Y eso qué? —Luciana lo fulminó, risueña—. ¿Piensas quitarme el crédito, papá?
—Ni loco.
Afuera oscurecía poco a poco.
—¿Qué se te antoja para la cena? —preguntó Ale. En esos días, él era quien cocinaba; aunque había personal, a Luciana le gustaba más su sazón.
—Caldero de mesa —dijo de inmediato—. Olla dividida: mitad picante y mitad caldo cremoso.
—Entendido —Ale se pus