—¿Estar conmigo te hace tan infeliz? —Salvador no supo si estaba más sorprendido o dolido.
—No es que haya sido infeliz —Martina negó—. Salvo por ciertos momentos, la verdad es que tuvimos ratos muy bonitos.
Se le escapó un suspiro.
—Pero, aun así… al final una no se conforma. —“No soy la primera en su vida, y eso pesa”.
Hubo un silencio largo. Salvador murmuró, casi sin aire:
—Está bien. Entiendo.
No hablaron más. Él la dejó en la casa de la familia Hernández y, esta vez, no la siguió. Martina se quedó en la reja mirando cómo el auto se alejaba.
“Hasta aquí llegamos”.
***
Toronto, barrio Roseland Park.
Esa noche Luciana durmió, por fin, sin fiebre. A la mañana siguiente la despertó Alejandro.
—Luci, despierta… ya es hora.
Ella alzó los párpados apenas y volvió a cerrarlos. A Alejandro se le apretó el pecho: llevaba días viéndola comer mal, dormir a medias, resistir a punta de coraje. No quería cortarle el descanso, pero abajo los médicos llevaban casi una hora esperando. Enzo había or