—¿A la defensiva… conmigo? —Salvador frunció el entrecejo, el rostro serio—. Marti, soy Salva. ¡Mírame!
Martina parpadeó, como si algo reaccionara dentro de ella, pero seguía ida.
—¿Salva…?
El susto le cruzó la espalda a Salvador como un hilo de agua helada. Encendió la luz principal.
—¡Ah! —Martina cerró los ojos por el golpe de claridad.
—Marti —le sostuvo los hombros—, ábrelos y mírame. ¿Qué te pasa? ¿No me reconoces?
¿Cómo iba a ser posible? ¿Quién despierta de una siesta sin recordar a su propio esposo?
El breve zarandeo la despejó. Se concentró en su cara, recorriéndola con la mirada.
—Salva… Ah —asintió despacio—. Ya volviste.
Salvador soltó aire, como si por fin saliera a flote.
—Me pegaste un susto horrible, ¿sabías?
—¿Qué hice? —Martina se frotó la sien—. Creo que me dormí de más. ¿Se me nubló la cabeza?
—Sí —él aún con el corazón acelerado, le tomó la mano y no la soltó—. Hace un minuto ni a tu marido reconocías.
—¿De veras? —a Martina se le escapó la risa—. Dormí todo el dí