—¿Eh? —Martina reaccionó al instante—. Te escuché…
No eligió ninguno de los dos lugares.
—Quiero volver a casa.
—¿Qué pasó? —Salvador pensó que estaba molesta—. ¿No tienes hambre?
—No es eso —negó con la cabeza—. Estoy más cansada que hambrienta. Seguramente Julia ya dejó algo listo para el desayuno. Prefiero llegar, picar cualquier cosa y dormir.
Se detuvo un segundo—. Déjame en la esquina y yo tomo un taxi. Tú vete a la oficina.
—No —Salvador fue tajante—. Yo te llevo.
—De verdad no hace falta. Estás agotado, no des tantas vueltas. Desde aquí hasta Residencial Jacarandá está lejos; es mucho trámite.
—Marti, somos esposos, lo más cercano que hay. ¿Cómo vas a creer que me “molestas”? —se quedó mirándola, dolido.
Ella no contestó. Echó el respaldo hacia atrás y cerró los ojos.
De regreso a Residencial Jacarandá, Martina ya se había quedado dormida. Salvador la cargó en brazos y la llevó directo a la recámara. No despertó ni cuando la arropó. Por un instante él se alarmó.
Le tocó la fren