—De acuerdo.
Martina aceptó.
A Salvador se le apretó el pecho; la abrazó más fuerte.
—Marti… gracias. Gracias por esto.
—No —sonrió, negando con la cabeza.
Decir “gracias” por un tema así entre esposos era, en el fondo, triste. ¿Pero qué podía hacer? No tenía el valor de pedir el divorcio; la vida, de todos modos, seguía. Para vivir con un poco de paz, a veces solo quedaba “cerrar un ojo”.
***
Martina empezó a sospechar que algo en su cuerpo no estaba bien. Al principio fue “como que no engordo nunca”; ahora era una delgadez que avanzaba día con día. Y lo más serio: aquella noche en que, por un instante, no reconoció a Salvador. Tal vez para él fue solo un susto del momento; para Martina, en cambio, quedó clavado.
Se hizo un hueco y fue al hospital universitario. Llevó años en el laboratorio clínico del mismo hospital: sabía a quién pedir, qué placas y qué análisis; no tuvo que hacer fila ni que pedirle a nadie que le “interpretara” los resultados. Ella misma, al fin, también era espec