—Ven, Ale… ¡arriba!
Luciana lo sostuvo como pudo.
—Ajá —él apretó los dientes y se puso de pie a duras penas, tambaleando—.
—Clavó la mirada en Domingo Guzmán—. ¿Por qué nos dejas ir? ¿Cuál es tu objetivo?
—Ninguno —sonrió leve Domingo—. Solo tengo curiosidad. Ustedes hablan del “corazón humano”, de la “vergüenza”. Yo quiero saber si de verdad existe un amor que no traicione jamás, de principio a fin.
—¿Qué significa eso? —Alejandro frunció el ceño—. ¿Buscas excusas para las porquerías que hicieron tus padres?
—No. —Domingo negó con suavidad—. Dije curiosidad. Todo cambia en este mundo; ¿por qué los sentimientos no habrían de cambiar? —Señaló a los dos—. Ustedes, por ejemplo: ¿de verdad no hay nada que pueda torcer lo que sienten?
Se miraron sin entender. ¿Venía a “ponerlos a prueba”? Ridículo. Nadie necesitaba su examen.
—No le hagas caso. Vámonos —Luciana pasó el brazo de Alejandro por su hombro—. Por cierto, ¿dónde está Juan? ¿Qué le hiciste?
—¿Quién? —Domingo se tocó la sien, como