—Ja… —Alejandro le apretó la mano y, para sorpresa de ambos, sonrió: una sonrisa de alivio—. Así que eras tú… menos mal que eras tú. Luci, qué bien.
A la mujer que amaba, desde el principio y hasta el final, siempre la había elegido su propio corazón.
—Ale… —a Luciana le tembló el alma—. Perdón, perdón…
—No te culpes —él alzó la mano con esfuerzo y le rozó la mejilla—. Los dos fuimos víctimas. No hace falta castigarnos más, ¿sí?
—Sí —asintió con fuerza, aferrándolo—. Por Alba, tienes que aguantar. No vuelvas a decir que te rindes, ¿bueno?
—…Bueno.
Apretó la mandíbula. Aún no era su hora. “Aunque me quede un soplo, voy a arrastrarme de vuelta a Ciudad Muonio y a cargar a mi hija con estos brazos.”
Alba, espérame.
Aquella niña a la que creyó “amar por añadidura”, resultaba ser suya. Tal vez no era solo ternura: la sangre también llama.
—Ale —Luciana le acomodó la espalda contra la pared—. Voy a ver si encuentro cómo salir.
—Con cuidado.
—Lo sé.
Avanzó a tientas. Todo era negrura y el air