—A ver… —Luciana recorrió el interior con la mirada—. Está viejo y medio destartalado, pero tiene lo básico.
Alejandro la miró sonriendo.
—¿De qué te ríes? —lo fulminó ella con los ojos—. ¿Qué gracia tiene?
—De que… —Alejandro le tomó la mano— la doctora Herrera se adapta a cualquier trinchera.
Para una mujer, ya no digamos para cualquiera, ese lugar daba para quejarse. Y ella, que además era hija de Enzo Anderson, no tendría por qué pasar por esto.
—Gracias por el cumplido. —Luciana le soltó la mano—. Descansa un poco. Voy a barrer y desinfectar todo.
—Va.
Cuando Luciana dejó el lugar más o menos presentable, Juan regresó.
—Luci, mira lo que conseguí, ¿sirve?
—A ver… —Luciana abrió el botiquín.
Había desinfectante, bisturí de hoja suelta, aguja e hilo para sutura y antibióticos.
—Perfecto.
Juan era exmilitar; tenía callo para estas compras.
—Pon a hervir agua —dijo Luciana—. Le voy a tratar la herida a Ale.
—Listo.
Se repartieron el trabajo. Luciana se colocó cubrebocas y guantes; con