—Sí. —Luciana también lo sentía así—. Por mucho que quieran recuperar el control de la familia, no van a sacrificar a Marisela.
Eso ya no es solo egoísmo y maldad; es una locura.
—Ale… —le apretó la mano—. Vete conmigo. No puedes seguir escondido aquí. Si no hiciste nada, la policía no va a poder cargarte una culpa que no es tuya.
Además, está Enzo.
—Luci. —Alejandro no lo veía tan simple. Lanzó una mirada a Juan—. Hace rato preguntaste por Simon… ¿no?
—Sí… —asintió. Cierto, casi lo olvidaba—. ¿Dónde está Simon? ¿Por qué no está con ustedes? ¿Salió?
—No… —Alejandro negó, sombrío—. Ese día, cuando despertamos, Simon ya no estaba.
—¿Qué?…
Luciana se quedó helada. No sabía de intrigas, pero podía atar cabos. Simon no desaparecería sin motivo; lo más probable es que estuviera en manos de Daniel Guzmán.
—Entonces… —las manos y los pies se le enfriaron—, ¿lo están usando para presionarte?
—Sí. —Alejandro asentó.
Luciana entendió al instante. Con razón Ale había huido. Si la policía lo atrapa