El jet lag, sumado a la preocupación, la tuvo en vela hasta el amanecer. Solo entonces, medio adormilada, a Luciana empezó a darle sueño.
Pero Lucy fue a despertarla.
—Luci, despierta.
Le costó abrir los ojos; la cabeza le latía.
—¿Te sientes mal? —Lucy le apartó un mechón de la frente—. Toca aguantar un poquito: levántate a desayunar, resiste hasta el mediodía, duermes una siesta y así por la noche ya te acomodas al horario.
Si no, con el reloj biológico volteado, sería peor.
—Ajá —asintió Luciana, dejándose ayudar.
Lucy la atendió como a una niña: lavada de cara y peinada, sin dejarla hacer nada.
—Yo puedo sola… —se apenó Luciana.
—No pasa nada, tú cepíllate los dientes —dijo Lucy, y aprovechó para peinarla.
Al ver el corte corto, murmuró:
—Recuerdo que de chiquita amabas el pelo largo. ¿Ya no te gusta?
Luciana no quiso explicar el porqué de su pelo.
—Estoy muy ocupada; corto es más práctico.
—Claro —Lucy sonrió con orgullo—. Mi Luciana, toda una doctora.
Se puso de pie y señaló el r