Luciana volvió a marcar. Esta vez, no habían sonado ni dos tonos cuando contestaron.
—¿Luci? —la voz de Enzo sonó dudosa—. ¿Eres tú… Luci?
Él tenía su número guardado; preguntaba así porque estaba en shock. Pensó que quizá nunca más volvería a recibir una llamada de ella.
—Sí, soy yo.
Abrió la boca para decirle papá, pero la palabra no le salió. La dejó pasar.
—Estoy en el Aeropuerto Internacional de Ciudad Muonio.
—¿En el aeropuerto? —Enzo se quedó frío—. ¿Vas a viajar? ¿Vienes a ver a Pedrito?
—No. —Su voz fue baja, clara—. Voy a Toronto. ¿Puedes mandar a alguien por mí?
Hubo un silencio atónito al otro lado.
—¿Sigues ahí?
—¡Aquí estoy! —Enzo volvió en sí; la voz le tembló—. ¿A qué hora llegas? Bah, ¿qué pregunto? Voy yo por ti.
Al fondo se oyó a Lucy acercarse.
—Enzo, ¿con quién hablas?
—¡Con Luci! —él no podía ocultar la emoción—. ¡Luci viene a Toronto!
—¿De veras? —la voz de Lucy se oyó más cerca—. Pásame el teléfono.
La línea cambió de manos.
—Luci, soy… soy yo. ¿Me reconoces?
“C