Enzo no podía con el llanto de Luciana.
—No llores… Ya entendí. Me encargo ya mismo. Voy a mover gente para encontrarlo.
Luciana tragó aire. Abrió la boca y apenas le salió un hilo:
—Están llamando a abordar. Me voy.
—Espera. —Enzo la detuvo con prisa—. ¿En qué clase vas? A Toronto son casi diez horas; en económica te vas a moler.
“¿Y qué? ¿Cuánta gente no vuela así?” pensó. Aun así, dijo:
—No pasa nada…
—Sí pasa. —Enzo por fin tenía una excusa para consentirla—. Quédate tantito en la puerta. Ahorita pido el ascenso de cabina. Es rápido.
—De veras, no es necesa…
—Sí lo es.
Luciana insistió un par de veces. Con Enzo, no sirvió de nada.
Cuando pasó el escáner, la azafata le avisó que su boleto ya estaba en clase ejecutiva. Se sentó, se calzó el antifaz. Llevaba dos noches sin dormir. “Ojalá cierre los ojos y al abrirlos en Toronto ya haya noticias de Ale”.
***
Diez horas después. Toronto.
Viajó ligera, casi sin equipaje. Apenas cruzó la salida de llegadas internacionales, vio un bloque d