Capítulo 1349
La diferencia entre ellos se notaba. No era para llamarlos “la bella y la bestia”, pero, al lado de Salvador, Martina parecía una flor blanca, limpia y discreta. Dondequiera que pasaban, las miradas mezclaban admiración y celos. Salvador, imperturbable; Martina, menos desenvuelta, bajó del ferry con las mejillas aún encendidas.

***

Se habían acostado tarde y, por acompañar a los mayores en el desayuno, madrugaron. Al llegar a Isla Minia, se instalaron en la villa de la familia Morán y, de común acuerdo, se regalaron una siesta.

Cuando despertaron, el sol ya se caía por el poniente. Martina se dio la vuelta y se soltó del abrazo de Salvador.

—¿Ya despierta no me necesitas? —se rió él.

—Abrazada me da calor.

—¿Y dormida no te da?

Salvador le pellizcó la nariz.

—¿Nos levantamos? ¿Tienes hambre?

—Sí.

—Vamos.

Él se incorporó primero y luego la alzó en brazos.

—De noche Isla Minia se pone buenísima.

Al salir, Martina se puso unos lentes de sol enormes.

—Ya es de noche —se burló Salvador—. ¿P
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