—Marti… —Vicente se tensó.
“¿Eso qué significa? ¿Entonces sí fue por mí? ¿Te lastimé y por eso aceptaste a Salvador a la primera?” se preguntó.
Le sujetó el antebrazo, desesperado.
—No me cambies de tema. Dime la verdad. No me salgas con apellidos ni con dinastías. ¿A poco no te conozco? Tú no eres de las que se trepan a una familia por conveniencia.
—Bajó la voz—. ¿Te gusta Salvador como persona?
Martina guardó silencio.
—Te estoy preguntando.
—Tengo sueño —murmuró por fin—. Quiero dormir.
Se dejó caer de lado, tanteó la sábana con la mano.
—La cobija… ¿dónde está?
—Marti…
—Eres muy necio. Me voy a dormir…
—Marti…
Un resoplido sonó en la puerta. Salvador cruzó el umbral con zancadas largas; traía el cabello con gotas de lluvia y la chaqueta oscura húmeda en los hombros.
Le sonrió a Vicente, y su voz fue todo cortesía:
—Vicente, gracias por traerla.
Tan correcto, tan impecable, que aquel resoplido pudo parecer un espejismo.
Vicente se puso de pie.
—No hay de qué.
—Cómo no —siguió Salva