—Duerme.
Luciana alzó la vista.
—Si descansas bien, sanarás más rápido.
—Va —Alejandro la rodeó con un solo brazo y bromeó—. ¿No te escaparás mientras duermo, verdad?
—¿Eh? ¿Y a dónde podría huir? Estamos en pleno vuelo, señor Guzmán; yo no sé lanzarme en paracaídas como tú.
—Bien. —Revuelve su cabello corto—. A veces tu “falta de mañas” es un alivio.
—¿Falta de mañas? —le dio un golpecito en el pecho—. ¡Soy doctora por la Universidad de Pensilvania!
—En los libros eres la número uno; en todo lo demás eres… —Se detuvo.
—¿Qué? —infló las mejillas.
—Magnífica —corrigió, atrayéndola para suspirar contra su frente—. Luci, no termino de creer que esto sea real. Despierto y sigues aquí… No es un sueño, ¿cierto?
Un nudo le apretó la garganta; Luciana le cubrió los ojos con la mano.
—Duerme; cuando despiertes lo comprobarás.
—Bueno —susurró él, besándole la palma—. Pero quédate. No te vayas.
Las pestañas de ella temblaron.
—…Claro.
Luciana acarició su mejilla recién afeitada, áspera como lija