Antes, Fernando había vivido con el único propósito de regresar y recuperar lo que creía perdido con Luciana, trabajando cada día por un futuro juntos. Sin ese objetivo, se había quedado sin motivación.
Era la desolación total.
Al darse cuenta de la gravedad de la situación, Luciana se llevó una mano a la boca, conteniendo el llanto. “Fer… ¿hasta ese punto me amabas?”, pensó.
Con la voz quebrada, se obligó a decir:
—Fer, descansa. Voy a venir a verte de nuevo, ¿está bien?
Él se sobresaltó un poco.
—¿Vas a volver?
—Sí. —Luciana asintió—. Pero prométeme que vas a descansar bien y a seguir tu tratamiento, por favor.
Los ojos de Fernando vibraron de emoción.
—Está bien, lo haré.
—Eso espero.
Se dio la vuelta y salió. Apenas avanzó unos pasos por el pasillo, sintió que las piernas le flaqueaban y se aferró a la baranda, llorando sin poder contenerse:
—Fer… ¿por qué? ¿Cómo llegaste a esto?
Sus sollozos eran tan fuertes que casi perdía el equilibrio. Fue Simón quien llegó a sostenerla:
—Cuñad