Cuando la bella y delicada lady Susan Wellesley falleció en un intento de huir con su amado, Arthur Wellesley, duque de Lancaster, perdió la razón al enterarse de lo ocurrido con su única hermana. Decidido a cobrar venganza, se convence fácilmente cuando le es revelada la supuesta identidad del culpable. Lady Claire Bradbury, una de las damas más arrebatadoras de la temporada y hermana del libertino que habría propiciado las circunstancias del trágico destino de Susan, se ve envuelta en un misterioso cortejo por parte del duque de Lancaster, sin conocer sus verdaderas intenciones. Sin embargo, las cosas no resultaron como Arthur planeaba, y a pesar de luchar contra sus propios sentimientos, el temperamental duque demonio se descubrió irremediablemente enamorado, obligándose a tomar una importante decisión: continuar hasta el final con su venganza o rendirse ante el amor.
Leer másLos labios de Thomas comenzaron a temblar cuando Anabelle Madison le restregó en la cara que había sido un completo tonto y seguía siendo un estúpido iluso al aferrarse a un amor no correspondido. Su corazón roto, se resquebrajó un poquito más en cuanto la dama pelirroja metió el dedo en aquella herida que no se terminaba de cerrar.Tragó saliva y su respiración se aceleró, en tanto buscaba en el fondo de su ser la fuerza de voluntad para no gritarle en la cara que ella no comprendía su dolor, pero mucho menos su amor porque él había escogido amar a Susan para siempre. La había querido y se había aferrado tanto a ella como un pequeño niño al pecho de su madre, como el suave murmullo del viento entre las hojas en otoño, como el sol que quemaba la arena en el verano y las escarchas de hielo que caían persistentes en la mañana más fría de invierno. Su amor había sido como la primavera: colorida, alegre y llena de esperanzas, y que de repente todo se hubiera acabado, le había cortado el a
Anabelle estaba pasmada. Lo había seguido hasta el estudio y se mantuvo de pie tras la puerta, escuchando toda la conversación. Cuando se cruzó con el letrado, simuló una sonrisa y permaneció de pie en el umbral de la entrada, observando al hombre que veía a la nada con una copa de balón en la mano. Estaba tan ensimismado en sus pensamientos, que tuvo tiempo de escrutarlo con absoluta libertad.Su pelo rubio fulguraba a la luz del candelabro dispuesto en su escritorio, y un mechón rebelde le caía de forma seductora sobre la frente. Su tez clara contrastaba con el impecable chaleco gris de cierre cruzado que llevaba puesto sobre la inmaculada camisa de muselina blanca, y sus increíbles ojos de un color azul mucho más pálidos que los suyos, parecían consternados mientras apretaba sus labios perfectamente cincelados. Sin dudas, no había hombre más perfecto para ella y no estaba dispuesta a aceptar su negativa tan fácilmente. Sin embargo, lo que le había oído decir le cambiaba por complet
El conde quiso reír por lo rematadamente mal que le salieron las cosas. Él había querido disuadir a una muchacha mucho más joven que él, para que desistiera de su idea de perseguirlo, y en cambio se vio atrapado y sumergido en las profundidades del deseo… un deseo inhóspito que despertaba en él la preciosa pelirroja que parecía poco y nada afectada por la situación que estaban discutiendo hace segundos.—Señorita Madison… —murmuró con las manos cerradas en puño, reuniendo valor para enfrentarla y cortar todo lazo con ella. Después de todo, él no le convenía en absoluto y le estaba haciendo un favor—. Anabelle, olvídeme, es lo más justo y conveniente para usted. Le deseo una vida llena de satisfacciones, que encuentre a un hombre decente y respetable, capaz de darle todo lo que yo no puedo. Alejarme es lo más sensato que puedo hacer por usted. Si me disculpa, tengo que reunirme con el señor Spencer. —Thomas realizó una rápida venia y se alejó despavorido, huyendo hacia el cobijo del es
Anabelle no tardó en rendirse a aquella pasión abrasadora y olvidó por completo todo. Solo regresó en sí cuando el conde arrancó sus labios de los suyos y la sostuvo entre sus brazos, con su rostro apoyado de lado a su fuerte pecho, aspirando el exquisito aroma varonil que desprendía el caballero.Estaba perdida; absoluta y rotundamente enamorada del hombre que apenas le acababa de confesar que la deseaba con locura, pero que en su corazón no tenía sitio para ella porque lo ocupaba una muerta. Sin embargo, no le importaba y estaba dispuesta a esperar a que él sanara sus heridas y volviera a creer en el amor… en su amor.—Señorita Madison… —susurró Thomas, volviendo a recuperar el juicio que perdió cuando la besó con vehemencia.—Dígame Anabelle —musitó extasiada, presa de una sensación de plenitud que desconocía hasta ese momento—. Ya no tiene excusas para intentar mantener la distancia recurriendo a la formalidad, conde —levantó el rostro y sus miradas se cruzaron.Thomas intentó son
Anabelle apretó los labios cuando lo escuchó acusarla de aquel modo y Thomas se sintió fatal por sus desafortunadas palabras. Estaba pagando con ella su dolor y no era justo, cuando la dama solo había intentado consolarlo.—Anabelle, yo no quise decir eso… —Se apresuró en disculparse.—En realidad, es lo que siempre ha pensado de mí, ¿cierto? Que soy una muchacha rica y caprichosa que lo ha tenido todo en la vida… —dedujo y sonrió con sarcasmo—. Pues tendré que decepcionarlo, porque he vivido en carne propia el dolor de no ser amada por un ser querido: mi madre. Ella nunca me quiso, sin embargo, a pesar de todo, yo siempre traté de verle lo bueno a todas las cosas, no como usted, que se quedó estancado en el pasado por su tonto orgullo de hombre que no le deja aceptar que una mujer no lo quiso.Thomas presionó con fuerza sus manos en puño y tragó con esfuerzo para controlar el impulso de refutar las palabras de la joven. Después de todo, no tenía ningún sentido discutir con ella sobr
Thomas, como si no la hubiera escuchado, solo continuó con su relato, ido, como si se hubiera trasladado a ese momento tan trágico de su vida.—Ese día habían requerido urgentemente de mi presencia en Kingston, una de mis propiedades, por lo que partí de inmediato desde Londres —tomó aire para seguir—. Jamás pensé que en mi ausencia se desataría una desgracia de proporciones semejantes —emitió un hondo suspiro y frunció sus atormentados ojos celestes—. Dos días después, recibí una misiva de Arthur, en la que me comunicaba crudamente que Susan… había muerto —entrecerró los ojos y resopló.Anabelle jadeó de horror ante la revelación de lo ocurrido. Si bien, dedujo que el amor del conde no tuvo un final feliz, nunca se le pasó por la mente que la mujer en cuestión tuviera semejante desenlace.—¡Oh! —fue lo único que pudo emitir—. Yo…—Ella murió, mientras huía con otro caballero —prosiguió Thomas, interrumpiendo a la joven—. Al parecer, se dirigían a Gretna Green para casarse en secreto,
Se volteó y se encontró con la mirada celeste del conde que parecía atormentado.—Siéntese para que se lo explique.—No necesito que me explique que ha estado riéndose a costa de mis sentimientos. ¡Por supuesto! La americana tonta y caprichosa, ¿qué podría gustarle de mí, además del dinero y las conexiones de mi padre? —reprochó dolida, con los ojos brillosos.Estaba furiosa porque llevaba todo un año perdiendo su tiempo con un hombre que no le decía que sí, pero tampoco que no.—Anabelle —insistió Thomas—. Siéntese y le explicaré lo que no me dejó terminar de decirle. Por favor.La dama, más por curiosidad que ganas de escucharlo hablar de otra mujer, accedió y regresó al sitio que había ocupado segundos atrás. Se preguntaba cómo sería la dama que había logrado lo que ella no.Por su parte, Thomas se sentía frustrado consigo mismo. Había perdonado a Susan, pues no era culpa suya después de todo; a nadie se le podía obligar a amar y el compromiso entre ella y él, lo había concretado c
Anabelle emitió un largo suspiro, recobrando la compostura que casi perdió al oírle mencionar a su madre. Sonrió.—Tengo una llave —reveló sin ápice de remordimiento—. Y el servicio me conoce desde pequeña, nadie osaría impedirme entrar. —Se encogió de hombros.Essex abrió los ojos de par en par.—¿Qué tiene una llave de mi casa? ¿Con qué derecho? —Con el derecho de que esta casa, es propiedad de mi padre, conde —respondió con descaro, cruzándose de brazos.—Pues debo recordarle que a su padre le pago renta, y tenemos un acuerdo escrito que, al parecer, tendré que dar por concluido hoy mismo. —Thomas respiró hondo para no ser descortés y, con aplomo dijo—: Si es tan amable de esperar en el salón, me vestiré y bajaré junto a usted. Beberemos el té y tendremos una importante conversación…—¿Otra conversación seria y aburrida? —cuestionó ella y Thomas afirmó con la cabeza—. Prefiero el café. Si deberé tolerar nuevamente una explicación de esa magnitud, tendré que beber café para no qued
Boston, 1817Aquella fría mañana de otoño, Anabelle Madison subía volando las escaleras hacia la puerta principal de la gran residencia ubicada sobre una de las calles más lujosas de la ciudad. A base de astucia, se había hecho con una copia de llave y tan rápido como subió los escalones, ingresó al vestíbulo, mientras reprimía una risa de satisfacción. El mayordomo la observó con los ojos abiertos, pero, ante la tácita amenaza que le propinó con la mirada, solo se dignó a acompañarla hasta el pie de la escalera que conducía a las habitaciones.La dama de veintidós años era una aristócrata americana feliz y despreocupada, que ocupaba su tiempo libre importunando al caballero que residía en la mansión donde estaba irrumpiendo sin permiso. Era asombrosamente bella; una dama pelirroja de enormes ojos azules y piel muy blanca que durante toda su vida había atraído las miradas de todo el mundo, aunque no le había dado importancia a ninguna persona en particular, hasta que conoció a lord T