Al otro lado, Alejandro sintió una punzada: alegría por la confianza de Luciana… y pena porque no pedía permiso: solo lo informaba.
—Está bien, entendido.
Pero Luciana añadió enseguida:
—De Alba ya hablé con Martina; irá por ella. ¿Podrías pedirle a Elena que prepare su mochila, por favor?
—No —soltó él de inmediato, frunciendo el entrecejo—. ¿Para qué llevarías a Alba a una casa con un enfermo? Su sistema inmune es frágil; podría contagiarse de lo que sea.
Luciana lo sabía, pero dudó: de no estar con ella, la niña se pegaría a él todo el tiempo.
—¿Temes que me dé lata? —adivinó Alejandro.
Ella guardó silencio un segundo y admitió, bajito:
—Un poco.
—Sí que es latosa… —bromeó él—. Si te sientes culpable… ¿por qué no me compensas portándote un poquito mejor conmigo?
Antes de que Luciana replicara, él colgó. Ella miró el teléfono perpleja: ¿portarse mejor? ¿Cómo se suponía que debía hacerlo?
***
Villa Trébol, esa noche
Alba se aferró a Alejandro como lapa: quería que la alimentara, le so