Gregory Samaniego se despierta temprano aquella mañana con una idea clara en mente.
Mientras se ajusta el reloj de pulsera, su mirada se perdió en la vista del mar desde su penthouse. El sol iluminaba las aguas cristalinas de la bahía, pero su mente estaba en otra parte: Ana Fernández.
Hay algo en ella que le encanta. No era solo su belleza natural o la ternura con la que cuida a sus hijos, sino esa mirada que parecía cargar con historias que no había contado a nadie. Y Gregory, acostumbrado a descifrar personas en minutos, quería descubrir cada detalle de esa mujer, la quiere frente a él, desnuda en cuerpo y alma.
—Vamos a necesitar una distracción—murmura mientras marca el número de su asistente—. Laura, necesito que organices un ‘Día de actividades infantiles’ para hoy, para los huéspedes.
—¿Hoy? —pregunta la mujer al otro lado de la línea, sorprendida.
—Sí. Quiero juegos, rifas, mini chef, payasos, comida, lo que sea para mantener a los niños entretenidos por horas. Además, ofrece