Ana una Omega y Luna que vivió con Carlos su lobo alfa durante años, compartiendo una vida llena de sueños y desafíos. Juntos tuvieron dos hijos, a quienes Ana ama profundamente y por quienes lucha cada día. Sin embargo, a pesar de las alegrías de ser una familia, su relación comenzó a desmoronarse. La causa: la relación de Carlos con su madre. La separación dejó una marca en su corazón, pero ella decidió seguir adelante por el bienestar de sus hijos.Un tiempo después de la separación, Ana conoce a Marcos, un lobo alfa de otra manada, lo conoce através de las redes. Su relación comenzó rápidamente, con Marcos mostrándose como un hombre atento, cariñoso y dispuesto a darle a Ana el amor y la estabilidad que tanto anhelaba. Se hicieron novios, y él se integró rápidamente en su vida, asumiendo el rol de figura paterna para sus hijos. A pesar de sus gestos y promesas, la relación pronto comenzó a verse afectada por las mentiras y las infidelidades de Marcos, lo que destrozó la confianza de Ana. Pero todo se complicó cuando ella se va de vacaciones y conoce a Gregory un Ceo dueño de una cadena hotelera. Casada con un Lobo Mentiroso es una historia de amor, traición y dolor, donde Ana deberá decidir entre continuar soportando las mentiras de Marcos, pagarle con la misma moneda o liberarse y encontrar su propio camino hacia la sanación. Entre el dolor de la muerte de Carlos y las traiciones de Marcos, Ana aprenderá que el verdadero amor comienza con el amor propio.
Leer másEl día que conocí a Carlos, no imaginé que todo cambiaría para siempre.
Fue una tarde con un solazo del mismo demonio, una de esas en las que el calor del Caribe se siente en cada rincón y el mar parece invitarte a sumergirte en su azul profundo. Estaba en la playa llamada Bocachica con unas amigas y mi hermana menor, disfrutando del sol con la brisa fresca, cuando lo vi por primera vez. Él estaba sentado en las rocas donde las olas chocaban una y otra vez, con una sonrisa que me pareció casi mágica. No sé cómo, pero mi loba rugió al hacer contacto con sus ojos verdes. Nos miramos un par de segundos, y de inmediato, fue como si el mundo a nuestro alrededor desapareciera momentáneamente. Él se puso de pie, vestía solo unos pantalones cortos con la parte superior de su cuerpo al aire mostrando lo hermoso y buen tonificado de su cuerpo y se lanzó al vasto mar, no sin antes dedicarme una sonrisa que me desarmó por completo. —¡Amiga, te sonrío!—chismosea Isamar al darse cuenta de que me quedé embelesada casi babeando por él. —Y bueno que está ese maldito alfa...—añade Marta, mi amiga desde que tengo memoria. —Creo que habrá boda—murmura mi hermanita menor Laura. —¿Como sabes que es un alfa y no un beta? —¿Estas ciega hermana? Solo tienes que fijarte en sus músculos bien desarrollados. Y por su aspecto creo que pertenece a alguna manada adinerada. ¿No viste el reloj de marca limitada en su muñeca? —¡Basta, ya! ¿Vinimos a disfrutar de la playa o a ver alfas malditamente deseables y excelentes nadadores? Yo estaba tomando el sol, mis amigas y mi hermana decidieron entrar al agua, yo recostada en una tumbona casi a punto de dormir, cuando siento que el sol se me desaparece de enfrente. Abro los ojos y lo que veo me deja anonadada. El Alfa misterioso estaba ahí, parado frente a mí, bloqueando el sol con su imponente figura. Sus ojos verdes brillaban aún más de cerca, y una gota de agua le caía por el cabello mojado hasta el pecho, como si todo el universo estuviera conspirando para hacerlo más perfecto. Me quedé sin palabras. —¿Te estás escondiendo del agua o del sol? —preguntó con una voz profunda y cargada de seguridad. —De los alfas—respondí sin pensar, y luego quise meterme bajo la arena de la vergüenza. Él soltó una carcajada, una de esas que te hacen sonreír aunque no quieras. Se agachó un poco para ponerse a mi nivel, apoyando una mano en el borde de la tumbona. —Entonces creo que te será difícil escapar de mí, porque no pienso irme hasta saber cómo te llamas. Sentí cómo mis mejillas ardían, pero intenté mantener la compostura. —Ana—dije finalmente, casi en un susurro. —Carlos—responde, extendiendo su mano. Su sonrisa era tan devastadora que ni siquiera me di cuenta de que ya había estrechado su mano con la mía. —¿Siempre eres así de directo? —le pregunto, tratando de sonar indiferente, aunque por dentro mi loba no dejaba de rugir como si estuviera viendo al macho de su vida. —Solo cuando algo realmente me interesa. Sus palabras fueron como un maldito dardo directo a mi corazón. Antes de que pudiera responder, Isamar y Laura salieron del agua y se quedaron paralizadas al verlo ahí. Marta, siendo Marta, no perdió la oportunidad. —¡Pero qué suerte tienes, Ana! Creo que ya puedes olvidarte del sol, porque este alfa ya se encargó de iluminar el día. Carlos soltó otra risa mientras yo lanzaba una mirada fulminante a mis amigas, pero, sinceramente, ya estaba perdida. Algo en mí sabía que, desde ese momento, mi vida nunca volvería a ser la misma. Hablamos durante un rato, y cuando menos me lo esperaba, ya estábamos intercambiando números. “Tal vez sea el destino”—pensé, mientras me reía nerviosa. La conexión fue instantánea, algo que nunca había sentido con nadie. Al final del día, nos despedimos con un beso en la mejilla y la promesa de vernos de nuevo. De esa tarde nacieron dos cosas: primero, un amor que no sabía si era verdadero, pero sí intenso, y segundo, dos año después, teníamos dos pequeños seres que, sin saberlo, cambiarían mi vida para siempre: Valentina y Diego. Ambos aún no se manifiestan. En esos primeros años cinco años, todo parecía perfecto. La familia que siempre había soñado, dos niños que llenaban mi vida de risas y caricias, y Carlos a mi lado. Pasábamos nuestros días, entre el trabajo, la casa y los momentos felices con nuestros hijos. Pensé que todo iría bien, que nada podría romper lo que teníamos, pero me equivoqué. Carlos llegaba tarde de nuevo, y yo, como siempre, estaba en la cocina sirviendo la cena para Valentina y Diego. Los niños reían mientras peleaban por quién tendría la última croqueta de pollo, pero yo apenas podía concentrarme. Mi mente estaba ocupada en las excusas de Carlos, en los días que pasaba lejos y en cómo nuestra relación se sentía cada vez más fría. —¡Mami, Diego se la comió! —protestó Valentina, cruzando los brazos y haciendo un puchero. —Diego, ¿qué te he dicho sobre compartir? —le dije, dándole una mirada firme. —Pero tenía hambre, mami… —respondió, con esos ojitos grandes que siempre lograban ablandarme. Suspiro y les sonrio. No tenía energía para regañarlos. —Ya, ya, no pasa nada. Mañana les hago más, ¿de acuerdo? Terminaron de cenar entre risas y pequeñas peleas, y después de llevarlos a sus camas, regresé a la cocina para recoger todo. Mientras lavaba los platos, el sonido de la puerta principal abriéndose me hizo tensar. Carlos había llegado. —Buenas noches —dijo, casi susurrando, mientras dejaba las llaves en la mesa. —Buenas noches —respondí sin mirarlo, enfocada en el plato que tenía entre manos. —¿Ya se durmieron los niños? —Hace rato —respondí, intentando sonar tranquila, pero la frialdad en mi tono era evidente. Él suspira, y en un movimiento rápido, se sirve un vaso de vino y se apoya en la encimera, observándome. —¿Qué pasa ahora, nena? —¿De verdad quieres que te lo diga? —dejé caer el plato con fuerza en el fregadero y lo miré directamente. —No estoy para tus reclamos, Ana. Estoy agotado, ¿puedes darme un respiro? —responde, con ese tono cansado que siempre usaba para desviar la conversación. —¿Agotado de qué, Carlos? ¿Del trabajo o de las salidas interminables que últimamente no me explicas? Yo trabajo en mis libros y saco tiempo para todo—Mi voz salió más alta de lo que pretendía, pero ya no podía contenerme. Él deja el vaso sobre la encimera y me mira con los ojos entrecerrados. —Ana, ya hemos hablado de esto. Estoy trabajando, soy un alfa muy ocupado ¿qué más quieres que te diga? Tu solo estás aquí en la casa, estas cerca de los niños. —Quiero que me digas la verdad. Quiero que me digas por qué siento que ya no somos una familia. ¿Por qué parece que siempre prefieres estar en cualquier otro lugar menos aquí? ¿Porqué no me ayudas con los gastos como deberias? Carlos negó con la cabeza, como si mi pregunta fuera absurda. —No estoy haciendo nada malo, Ana. Siempre estás imaginando cosas. Tengo cosas por pagar. Si necesitas algo de dinero solo dime. —¿Imaginando? —me reí sin ganas, cruzándome de brazos—. ¿También estoy imaginando cómo tu madre me trata como si yo fuera una Omega extraña en mi propia casa? ¿O cómo insinúa que Valentina y Diego no son tuyos? ¿Eso también lo estoy inventando, Carlos? Escuché de tu hermana que le hizo la prueba de paternidad a mis espaldas con la saliva y aún así no quedó convencida. Su expresión cambió al escucharme mencionar a su madre. —¡Ahhh! Mi mamá solo quiere lo mejor para mí. A veces exagera, pero no lo dice o hace con mala intención. Ya les tomará cariño. Es solo que no se han manifestado si serán Alfas, betas u Omegas. Es normal, mi familia tiene altos estándares. —¡¿De verdad crees eso?! —exclamé, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho—. ¿Crees que llamarme “oportunista” y cuestionar la paternidad de nuestros hijos no es con mala intención? Carlos cierra los ojos y suspira profundamente, como si quisiera escapar de la conversación. —No puedo con esto ahora, Ana. Estoy cansado. Voy arriba, prepárame la cena bajo en un rato. —Siempre estás "cansado" —murmuré, aunque sabía que me había escuchado. Sin decir una palabra más, tomó su copa y sale de la cocina. Me quedé ahí, sola, con las manos apoyadas en el fregadero, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con salir. No sabía cuánto tiempo más podía soportar esto. Al día siguiente, mientras recogía a Valentina y Diego de la escuela, mi mente seguía dando vueltas a la discusión de anoche. El silencio entre Carlos y yo era cada vez más grande, y aunque intentaba fingir que todo estaba bien frente a los niños, sabía que ellos lo notaban. —Mami, ¿hoy vendrá papá a cenar? —pregunta Valentina desde que tomamos el autobús y nos sentamos.. —No lo sé, cariño. Quizás —respondí, evitando su mirada a través de la ventana a mi lado. Diego, siempre más callado, no dijo nada, pero su expresión seria me hizo sentir un nudo en el estómago. Esa noche, mientras leía un cuento a Valentina, escuché que mi teléfono vibraba en la mesita de noche. Lo tomé y vi un mensaje de Carlos. “Me quedaré en la oficina otra vez. Dales un beso a los niños de mi parte.” Suspiré y apagué el teléfono sin responder. Nisiera un te amo. Esa noche, después de acostar a los niños, me senté en el sofá de la sala con mi laptop. La pantalla iluminaba la habitación en penumbra, y el sonido de las teclas al escribir me daba una extraña sensación de alivio. Escribir siempre había sido mi refugio, pero en ese momento, las palabras no fluían. Mi mente estaba demasiado ocupada pensando en Carlos, en su mensaje y en esa sensación insoportable de que algo no estaba bien. Decidí revisar mis correos,(que tanto me costaban actualizarme porque nunca tenía tiempo) esperando distraerme, cuando noté algo en la esquina inferior derecha de la pantalla. Era la notificación de mensajería instantánea de Face, aún sincronizada con la cuenta de Carlos. Me detuve, con el cursor flotando sobre la ventana. No quería hacerlo. No quería ser esa persona que invade la privacidad de su pareja. Pero algo en mí, no sé, mi loba, mi instinto de mujer, tal vez el instinto, me obligó a mirar. Abrí la ventana y, para mi sorpresa, había un mensaje recién recibido de alguien llamado Kenia. Carlos: "Kenia, ¿estás sola esta noche? Te extraño. Ojalá puedas escaparte un rato y venir a la oficina. Me siento tan solo sin ti." Mi corazón se detuvo. Sentí como si el aire se hubiera escapado de la habitación. Leí el mensaje una, dos, tres veces, esperando que el texto cambiara, que fuera un error. Pero no lo era. Y entonces, como si mis manos tuvieran voluntad propia, abrí la conversación completa.Ana abre los ojos sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Hoy era el día de su boda con Gregory, su alfa, el hombre que le había demostrado que el amor verdadero existía.—Buenos días, futura señora de Gregory —bromea Valentina, entrando en la habitación con una sonrisa traviesa.—Buenos días, mi amor —responde Ana, acariciando el rostro de su hija.—Mamá, estás temblando —intervino Diego, mirándola con preocupación—No te preocupes te llevaré al altar.—Es normal, cariño. Es un gran día. Y gracias por acompañarme —responde Ana con una sonrisa temblorosa.Mientras sus hijos la abrazaban, su madre, entra en la habitación con un equipo de estilistas.—¡A trabajar! Tenemos una novia que embellecer —exclama su madre, frotándose las manos con emoción.Ana ríe nerviosa mientras se deja llevar por el torbellino de maquillaje, peinado y vestidos. La maquillista, Britani, se acerca con sus brochas y una gran sonrisa.—Hoy es tu día, Ana. Vas a brillar como nunca —dice Britani, comenzando su
Gregory descansaba en la cama del hospital, con el sonido de los monitores de fondo y el aroma a desinfectante impregnando el ambiente.A pesar del dolor en su estómago, intentaba mantenerse sereno, especialmente por Ana y los niños. Sin embargo, su tranquilidad se vio interrumpida cuando la puerta se abrió de golpe.—¡Buenos dias! ¡Señor Samaniego! —exclama un oficial de policía al entrar —. Tenemos noticias sobre Marcos.Gregory se endereza con esfuerzo, sintiendo un latido de ansiedad recorrer su pecho.—¿Lo atraparon? —pregunta con voz tensa.El oficial asiente.—Intentaba salir del país con una cantidad considerable de dinero en efectivo. Fue detenido en la frontera cuando los agentes notaron su comportamiento sospechoso. Está bajo custodia y enfrentará varios cargos, entre ellos homicidio.Gregory exhaló, dejando caer la cabeza sobre la almohada. Un peso enorme se había levantado de sus hombros.—Gracias por avisarme. ¿Ana lo sabe?—Estamos informándoles a los familiares afectad
Marcos avanzaba con paso apresurado por la terminal del aeropuerto, ocultando su ansiedad bajo una máscara de aparente tranquilidad.Su objetivo era claro: salir del país antes de que lo atraparan. Había tomado precauciones, pagado en efectivo y evitado cámaras en la medida de lo posible, pero algo dentro de él le decía que la suerte no estaba de su lado.La policía lo estaba buscando así que con ayuda de su amigo y jefe, salió del país sin ser detectado. Llegaría a Brasil al salir del aeropuerto, a casa de una ex novia de cuando era muy joven.Cuando llega a la terminar del aeropuerto, retira su maleta, mientras siente una presión en la nuca. Una sensación que no podía ignorar. Apenas cruza la primera linea de seguridad, una mujer lo guía hacia un cuarto, allí un grupo de policías lo esperaban junto a un abogado de Gregory. Todo hecho en menos de 74 horas.—Señor, acompáñenos, por favor —dice uno de los oficiales con voz firme.—¿Qué sucede?Marcos intentó fingir desconcierto, pero c
Minutos antes.La plaza central animada, pasado el medio día, con la luz del sol iluminando a las familias que paseaban entre los puestos.Ana caminaba junto a Gregory, sosteniendo la mano de Diego, mientras Valentina brincaba emocionada a su lado. Los niños están emocionados con el algodón de azúcar, donde los dos hermanos miraban fascinados cómo la máquina giraba creando nubes rosadas y esponjosas.Gregory sonrie y, sin dudarlo, se inclinó para abrazar y besar a Ana. Ella responde con ternura, disfrutando de aquel momento de tranquilidad que tanto había deseado.Marcos se movía con determinación, sus manos firmes en la pistola. La escena frente a él lo llenaba de rabia. Gregory tenía todo lo que él había perdido: el amor de Ana, la felicidad de sus hijos y la vida que le había sido arrebatada.Laura al anticipar su intención, no lo pensó dos veces. Corrió con todas sus fuerzas, su única intención era detenerlo. Sabía que Marcos era capaz de cualquier cosa y, al ver su expresión dese
Gregory acababa de recibir la confirmación de algo que esperaba con ansias. El divorcio estaba firmado. Por fin, Ana era libre de Marcos.—¿Y no puso más condiciones?—No señor Samaniego. El sujeto aclaro los ojos cuando vió todo ese dinero.—Bien. Ahora lleva todo para que se formalice y antes de verano quiero que prepares todo para mi matrimonio con Ana.—Como diga joven Ceo.Con una sonrisa satisfecha, saca su teléfono y marca el número de Ana. Ella contesta tras el segundo tono.—Hola, Greg—su voz sonaba animada.—Hola, preciosa. ¿Dónde estás? Tengo buenas noticias para ti, pero quiero dártelas en persona.—Estoy en la plaza central con los niños. Vinimos a comprar regalos para los maestros. ¿Por qué no nos alcanzas aquí?—Eso haré. Espérenme en la fuente grande. Nos vemos en veinte minutos —dice Gregory antes de colgar.Afuera de la firma de abogados, a unos metros de distancia, Marcos observaba todo desde un auto de segunda mano que acababa de comprar con parte del dinero que le
Marcos cerró el maletín con un chasquido seco y lo dejó sobre la mesa del desvencijado motel donde se hospedaban.Laura, con el cabello revuelto y los ojos hinchados por el sueño, se incorporó en la cama y lo miró con incredulidad.—Dime que no hiciste nada estúpido con esa arma —susurra, con su voz temblorosa.Marcos esboza una sonrisa torcida y se sirve un vaso de whisky de la botella barata que había comprado antes de regresar.—Depende de a quién le preguntes, amor mío —responde con desdén.Laura se levantó rápidamente, con su camisón cayendo sobre su cuerpo con descuido. Caminó hasta él y quiso tocar el arma, pero Marcos no la dejó. Su corazón dio un vuelco al ver el brillo del arma, parecía cargada.—¿Me estás diciendo que te dieron dinero por firmar el divorcio y gastaste mil dólares por eso? —pregunta, con la respiración entrecortada.Marcos se encogió de hombros y tomó un sorbo de su bebida.—Ya te dije ¿eres sorda? Gregory Samaniego. Me ofrecieron este dinero para que desapa
Último capítulo