Momentos después, Ana termina su sesión de sauna, luego pasa por un masaje relajante que casi la hizo quedarse dormida. Cuando sale a la zona de relajación, encuentra una copa de champán esperándola junto a una nota:
"Recuerda: hoy es tu día.
—Gregory"
Sonríe inconscientemente y toma un sorbo.
Mientras tanto, Gregory la observaba desde el bar del spa. No tenía prisa. Sabía que las cosas buenas tomaban tiempo, y Ana Fernández, definitivamente, valía cada minuto de espera.
Ana se acomodó en una tumbona junto a otras madres que reían y charlaban mientras bebían champán en el jardín abierto, mientras las sacadas artificiales hacen lo suyo.
El ambiente relajado del spa la hacía sentirse ajena a su vida habitual, llena de responsabilidades, correos sin responder y libros a medio escribir.
—¿Y tú, Ana? —pregunta una mujer de cabello oscuro y piel bronceada—. ¿Has venido con tu esposo?
Ana baja su copa y niega con una sonrisa nerviosa.
—No… vine con mis hijos.
—¿Y ese hombre que te miraba des