— Detente...
—Ya estarde, te metiste en mi cama, en mi vida y en mi piel.
Sus labios descendieron por mi cuello, dejando un rastro de besos ardientes hasta llegar a mis clavículas.
Me arqueé instintivamente hacia él, sintiendo la calidez de su boca en mi piel mientras agarra mi trasero. Cada caricia, cada roce, estaba calculado para hacerme perder la razón.
—Eres increíble… —murmura contra mi piel, deslizando sus manos con una reverencia casi devota.
Me aferré a sus hombros cuando su boca descendió aún más, explorando cada centímetro de mi piel con una mezcla de urgencia y paciencia infinita. No solo me hacía suya, sino que me adoraba en el proceso, como si cada beso fuera una declaración de deseo y admiración.
Mi respiración se volvió errática cuando sus labios encontraron los lugares más sensibles de mi cuerpo, y no pude contener los suspiros que escapaban de mis labios. Gregory sonrió contra mi piel, complacido con mi respuesta.
—Déjate llevar, Ana —susurra, mirándome con esos ojos