La oficina de la doctora Patricia Méndez estaba diseñada para no ser intimidante: paredes color crema, iluminación suave, sillones cómodos en lugar de sillas rígidas. Pero Cassandra sabía que era ilusión cuidadosamente construida. Cada detalle —la caja de pañuelos estratégicamente colocada, el reloj analógico silencioso en la pared, incluso la temperatura ambiente precisamente calibrada— era herramienta de evaluación.
La doctora Méndez era mujer de cincuenta y tantos con cabello gris recogido en moño bajo y ojos que no perdían detalle. Había pasado treinta años evaluando padres en disputas de custodia, testificando en cortes, determinando quién merecía criar niños y quién no.
—Gracias por venir, Cassandra. ¿Prefiere que la llame Cassandra o señora Blackwood?
—Cassandra está bien.
—Excelente. —La doctora abrió su laptop—. Antes de comenzar, necesito explicar proceso. Esta evaluación tomará aproximadamente cuatro horas. Incluirá entrevista clínica, varios tests psicológicos estandarizad