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El laboratorio había vaciado gradualmente durante la última hora. Técnicos recogiendo sus cosas, despidiéndose con murmullos incómodos después de presenciar la explosión de Cassandra. Ahora solo quedaban ellos dos en espacio demasiado grande y demasiado silencioso.

Cassandra seguía sentada en su silla, respirando como si hubiera corrido kilómetros. Sebastián permanecía a treinta centímetros de distancia, inmóvil, esperando que la tormenta pasara.

No pasó.

—Cuatro semanas. —Su voz salió ronca—. Cuatro semanas sin ver a mis hijos porque no pudiste mantenerla feliz.

—Cassandra...

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