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La oficina temporal de Sebastián era pequeña, sin ventanas, con escritorio metálico y silla que chirriaba cada vez que se movía. Fontaine le había asignado espacio apenas suficiente para trabajar, recordatorio constante de que estaba ahí por permiso, no por derecho.

Sebastián revisaba especificaciones técnicas cuando la puerta se abrió sin que nadie tocara.

Victoria entró como si el espacio le perteneciera. Cerró la puerta detrás de ella con click suave que sonó demasiado deliberado.

—Pensé en nuestra conversación de ayer.

Sebastián no levantó la vista de su pantalla.

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