Me sentía sin aire, como si flotara en la luna, suspendida en una nada que dolía. Era una sensación en el estómago, un nudo jodidamente insoportable que me impedía respirar. Pensar también dolía. Mi cabeza era un agujero oscuro, una celda sin salida. Y él… él era mi verdugo. La única persona que podía darme vida o quitármela cuando se le antojara.
Odiaba sentirme tan pequeña, tan frágil. Odiaba todos estos sentimientos inútiles, esas emociones que solo servían para revolverme por dentro, para hacerme sentir intranquila, jodida, miserable. Pero no podía escapar. Ya había cavado mi propia tumba con mis decisiones, y ahora no me quedaba más opción que seguir adelante. Detenerme era imposible. Había demasiadas cosas en juego… y entre ellas, mis hijos.
Si dejaba que Valentino se saliera con la suya, todo lo que había hecho hasta ese momento no valdría nada. Todo el dolor habría sido en vano.
Respiré hondo, tratando de calmar el temblor en mis manos. Necesitaba una salida urgente, una palab