52: La peor forma de terminar la noche.
La habitación se sentía fría y silenciosa. Solo la tenue luz de la lámpara de mesa iluminaba el espacio, proyectando sombras largas en las paredes. El aire era espeso, cargado de todo lo que había callado en la cena.
Me sentía enojada y frustrada. Haberlo dejado con ella fue humillante, una derrota que me ardía en el pecho como fuego. No podía dejar de pensar en ellos, en sus risas, en la manera en que sus cuerpos se buscarían en la oscuridad. No podía dejar de maldecirlos por ser tan desgraciados, por pisotearme sin pudor.
Pasaron las horas y yo seguía despierta. El silencio de la casa me pesaba, como si cada segundo se burlara de mí. Él no regresaba. Y eso me enfadaba aún más de lo normal. Sabía perfectamente lo que estaba haciendo y, peor aún, con quién.
Lo odiaba tanto que, si lo tenía frente a mí en ese instante, me lanzaría sobre él y lo ahorcaría con mis propias manos. Valentino era un perro infiel, de lo peor. Me removí en la cama con desesperación; el sueño no llegaba, y lo ú