111: Estaremos bien.
La habitación estaba en calma. El único sonido era el suave respirar de mis hijos. Me quedé un largo rato mirándolos, repasando con la vista cada detalle: las manos diminutas, los mechones oscuros, la manera en que sus labios se movían como si soñaran. No sabía si debía llorar o reír. Estaban vivos, conmigo… después de todo lo que había pasado. No podía creerlo, pero era verdad, ellos estaban aquí, y sabia en el fondo de mi corazón que no volvería a apartarme de ellos.
Me acerqué despacio a la cuna y pasé los dedos por el borde. La piel de mis manos aún dolía por las marcas de los vendajes, pero no me importó.
—Los tengo a los dos —susurré apenas, como si necesitara escucharlo para creerlo.
La puerta se abrió sin aviso.
Carolina entró, erguida, impecable como siempre. Su perfume llenó la habitación antes que su voz. Me observó en silencio, de arriba abajo, con esa mezcla de juicio y superioridad que ya conocía. Finalmente habló:
—No me caes bien, pero debo admitir que hiciste lo posib