112: La quietud antes de la tormenta.
Los días siguientes fueron… extrañamente normales.
Por primera vez en meses, me levantaba sin miedo a un grito, sin temblar al escuchar pasos pesados acercándose. La luz entraba por las cortinas, suave, cálida, y mis hijos respiraban con ese sonido apacible que curaba cualquier herida. Me quedaba un buen rato observándolos, convencida de que, si parpadeaba demasiado tiempo, desaparecerían.
La mansión de los Salvatore era un monstruo silencioso. Gigante, elegante y fría. Pero dentro de mi habitación, con las cortinas cerradas y las cunas a mi lado, era un refugio.
Carolina venía a ver a Luca y a Enzo un par de veces al día. Tenía ese aire distante y orgulloso que siempre me había molestado, pero notaba cómo los ojos se le suavizaban al ver a los niños. Aún así, nunca los dejaba con ella sin estar yo presente. No confiaba lo suficiente… no todavía.
Valentino entraba y salía de la habitación sin hacer ruido, casi como una sombra.
No insistía.
No hablaba de “nosotros”.
No intentaba tocarm