102: El show debe continuar.
Mi corazón latía y latía cada vez más fuerte, pero no iba a rendirme tan fácil; no iba a dejar que esos cerdos me tocaran, al menos no sin luchar. El aire olía a humedad y a sudor viejo, a rencor, a alcohol. Todo era tan asqueroso, tan asqueroso como el hijo de puta que me estaba arrastrando.
—¡Me lastimas!— le grite. Pero el muy infeliz me empujó con fuerza, y cai de bruces al suelo.
—¡Levántate! —gritó.
Me volteé a mirarlo con odio, pero me empujó con el pie y caí de espaldas al suelo, la respiración me rasgaba la garganta. No fue un empujón cualquiera: fue un anuncio, una demostración de que todo en ese lugar podía usarse para humillarme.
—Te voy a enseñar a obedecer, así que levántate o te muelo a golpes justo aquí frente a todos —me amenazo. Sentí como todo el lugar se quedó en completo silencio.
—No puedo— le dije. Y era verdad, mi cuerpo estaba demasiado magullado como para estar en pie por voluntad propia.
—Levantate ya— me dijo con molestia.
Con las pocas fuerzas que tenía me