Mundo ficciónIniciar sesiónEn la cocina, el aroma del café recién hecho se mezclaba con el ruido de ollas y conversaciones apagadas.
Malu entró llevando la bandeja vacía y se encontró con Francine bostezando, apoyada en la barra, con cara de quien ni siquiera recordaba su propio nombre.
Malu dejó la bandeja con un golpe innecesario, solo para causar impacto.
— Suerte que soy muy tu amiga. Sabes que hoy te tocaba a ti servir el café, ¿verdad?
Francine levantó la cabeza con una sonrisa cínica y formó un corazón con las manos.
— Por eso te amo. Si me hubieran visto bostezando así, seguro me despedían.
Malu cruzó los brazos, mirándola como una madre que conoce perfectamente la travesura de su hija.
—Pero al menos habrías visto lo que yo vi..
Francine enderezó la espalda al instante.
— ¿Qué? ¡Cuéntalo ya!
El sueño desapareció como por arte de magia.
Se acercó, casi tropezando con el delantal, con los ojos abiertos de par en par por la curiosidad.
Malu miró a los lados, como si el propio Dorian pudiera aparecer del suelo.
— Él… estaba sonriendo.
Francine parpadeó. Y luego otra vez.
— ¿Sonriendo? ¿Dorian?
Malu asintió, con un aire de escándalo controlado.
— Mientras tomaba café. Solo. Ni siquiera había croissant de por medio. Solo él… y una sonrisita en la comisura de los labios.
Francine se cubrió la boca para no reír, pero sus ojos brillaban.
— No… no puede ser.
— Lo vi. Con estos dos ojos que la tierra habrá de comer.
Francine intentó mantener la compostura.
[…]
El ascensor se detuvo en el último piso de Villeneuve Corporation, y las puertas se abrieron con ese sonido sutil que ya era parte de la rutina.
Dorian salió con pasos firmes, impecable como siempre.
Pero había algo distinto aquel día.
Una ligereza en su andar. Un brillo discreto en la mirada. Y… casi imperceptible… una curva en sus labios.
Cássio, su vicepresidente y amigo de años, ya lo esperaba en la sala de reuniones con una taza de café en la mano y la cara de quien sabe exactamente cuándo alguien no está siendo 100% CEO de sí mismo.
— ¿Qué cara es esa, Dorian? Creo que nunca te vi de tan buen humor tan temprano.
Dorian dejó la carpeta sobre la mesa y aflojó la corbata con un movimiento leve, sin mirarlo directamente.
— Digamos que tuve una buena noche.
Cássio arqueó las cejas, riendo.
— Me imagino. Nunca te vi desaparecer tan rápido de tu propia fiesta.
Dorian se sentó con calma.
— Ya había visto todo lo que necesitaba.
— Ajá… claro. Incluyendo a esa mujer misteriosa que apareció de la nada, bailó contigo por horas y desapareció como un truco de magia.
Dorian lo miró, sin ocultar el interés.
— ¿La viste?
— Todos la vieron. Pero nadie sabe quién es. Llegó de la nada, desapareció de la nada… El vestido escarlata fue el tema de la madrugada en el grupo de directivos.
Dorian se recostó en la silla, mirando la pared de vidrio frente a él.
— No debería haber estado ahí.
— Y aun así… fue la única que te hizo bailar. Y que te hizo sonreír, aparentemente.
Silencio.
Cássio, curioso como siempre, se inclinó un poco hacia adelante.
— ¿Vas a decirme que no sacaste nombre, ni número, ni nada?
Dorian giró el rostro hacia él, finalmente soltando una media sonrisa.
— Me dejó… una máscara. Y una nota.
— Seducido y abandonado, ¿eh?
— Fui… provocado. Y dejado en un juego que ahora es personal.
Cássio soltó una carcajada corta, pero genuina.
— Listo. Ahora sí estás en problemas. Dorian Villeneuve, cazador de máscaras.
— No te preocupes, Cássio. La encontraré.
— ¿Y qué piensas hacer cuando la encuentres?
Dorian miró su propio reflejo en el vidrio y respondió con voz baja y peligrosa:
— Descubrir qué más puede hacerme sentir…
Cássio giró la taza de café entre las manos, mirándolo con media sonrisa maliciosa.
— ¿Ya revisaste las cámaras? Para ver si vino acompañada o se fue sola.
Dorian soltó una risa corta por la nariz, sin apartar la vista del skyline de la ciudad.
— Aún no.
— Vaya. Realmente lo llevas en serio. Normalmente ya habrías revisado las cámaras en menos de veinte minutos.
— Justamente por eso no lo hice todavía. Si lo tratara como un problema a resolver, perdería la parte más interesante.
— ¿Cuál es?
— El misterio. La provocación. Entró a mi casa como si estuviera en su propio escenario… y desapareció como humo. No es el tipo de cosas que se resuelven con un replay de seguridad.
Cássio rió, dando golpecitos suaves sobre la mesa.
— ¿Desde cuándo te volviste poético?
— Desde anoche, aparentemente.
— Bien… ¿y si está casada? ¿O es hija de un inversor? ¿O una infiltrada enviada por alguna empresa rival?
Dorian la miró de reojo, impasible.
— En ese caso, el riesgo solo hace todo más… interesante.
— Bien. Entonces tenemos un nuevo Dorian en la ciudad. Un CEO seducido por una mujer enmascarada.
— Y desaparecida. No olvides esa parte.
Cássio ya estaba casi en la puerta cuando se giró otra vez, los ojos aún curiosos.
— Pero en serio… si fuera yo, ya habría revisado todas las cámaras de la casa. Al menos para saber si llegó sola o alguien la esperaba afuera.
Dorian no respondió de inmediato. Miró la taza ahora vacía frente a él.
Por un instante, pensó en la nota. En su sonrisa. En cómo desapareció sin dejar rastro.
— Pensé en no hacerlo —dijo finalmente, con voz baja—. El misterio tiene su propio valor. Tiene fuerza.
Cássio lo observó en silencio, respetando el razonamiento. Sabía que, con Dorian, las decisiones eran como cuchillas afiladas.
— Pero —continuó Dorian, levantándose con calma—… también soy un hombre al que le gusta tener el control.







