—¿Y ahora qué va a pasar contigo, Julia? —preguntó Maya, con esa serenidad que en realidad ocultaba una punzada de preocupación.
Julia no respondió de inmediato. Se limitó a mirar el pocillo de café humeante entre sus manos. En la mesa, Doña Ana y Marcelito la observaban en silencio, como si esperaran que su respuesta pudiera alterar el rumbo de todo lo que estaba por venir.
—No lo sé… —murmuró finalmente Julia, sin levantar la vista—. No sé en qué me he convertido… ni qué me queda por salvar.
Doña Ana carraspeó, con la firmeza de quien sabe cuándo una mujer necesita escuchar la verdad, aunque duela.
—Lo que te queda, hija, es una criatura que va a necesitarte entera. Y un nombre que ahora todos usan para ensuciar, pero que sólo tú puedes limpiar.
Julia levantó la mirada, y se permitió que las lágrimas brotaran sin resistencia.
Las oficinas de Astrix se habían convertido en un campo minado. El brillo metálico de los ascensores y el eco de los tacones en los pasillos ya no eran símbolo