Álvaro llegó tarde a la oficina aquella mañana. No por falta de puntualidad, sino por una extraña sensación de mareo que lo obligó a detenerse más de una vez en el camino. No se lo comentó a nadie. Estaba cansado de parecer vulnerable.
Desde hacía semanas, sentía que algo no cuadraba. Las cuentas. Los silencios. Las miradas entre los socios. Como si una fuerza invisible estuviera empujando las estructuras desde adentro, con la intención de hacerlas colapsar.
Y entonces, sucedió.
La jugada de Andrey fue perfecta. Fría. Letal.
Una transferencia importante —una inversión estratégica para un nuevo proyecto internacional— se desvió misteriosamente a una cuenta intermedia en Panamá, que jamás había sido autorizada por el consejo. El escándalo estalló en cuestión de horas. Proveedores llamando. Abogados en pánico. Una auditoría inmediata.
Álvaro revisaba cada correo con los ojos ardiendo. La seguridad de la empresa pendía de un hilo. Y la sospecha, como una sombra pegajosa, caía directo sobr