La mañana estaba vestida de bruma y silencio.
Julia se apoyó en el marco de la ventana con una taza de café entre las manos. Afuera, el jardinero cavaba con cuidado alrededor del cedro que se alzaba en el patio trasero. Lo hacía con esa delicadeza que solo los que entienden la vida de las plantas pueden tener.
Ella lo observaba como quien observa una parte olvidada de sí misma.
Recordó claramente la primera vez que Álvaro le habló de ese árbol. Fue una tarde de domingo, cuando aún creían que el amor todo lo podía.
—Ese cedro —le dijo él, puede pasar años sin dar señales de crecimiento. Pero un día… simplemente rompe la tierra y se convierte en un gigante como lo ves ahora. Su madera es fuerte, su aroma inconfundible.
Se acercó, le acarició el cabello y añadió:
—Así será tu vida. Eres como ese árbol, Julia. Creces hacia adentro primero. Pero cuando salgas, nadie podrá ignorarte.
Ella sonrió con nostalgia. Aquella promesa, como muchas otras, se perdió entre papeles, silencios y traicion