Perla terminó de lavarse las manos, se las secó y pasó junto a César, lista para irse.
Pero antes de llegar a la puerta, él le agarró el brazo de golpe. En un segundo, la jaló hacia su pecho, rodeándola con un brazo en la cintura y el otro en la nuca.
Se inclinó… y la besó de repente.
El beso fue tan inesperado que Perla ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Pero al darse cuenta de que él la estaba forzando, empezó a luchar con todas sus fuerzas, empujando su cara y tratando de separarse.
Se echó para atrás en un intento de escapar de sus brazos.
Pero César la apretó fuerte, impidiéndole soltarse. No importaba cuánto se resistiera, él no se movía ni un centímetro.
Poco a poco, la acorraló hasta tenerla pegada contra el lavamanos, besándola como si en ese gesto demostrara todo su arrepentimiento, su amor… y su desesperación.
…
No fue hasta que se sintió satisfecho que finalmente la soltó.
—¿Podrías no volver a decir que quieres que me aleje de ti? No quiero irme. No puedo irme, no pued