—Si necesitas ayuda con algo, cuenta conmigo. —mandó Teresa por mensaje.
César lo leyó y respondió seco, sin pensarlo mucho:
—No hace falta.
No tenía intención de dejar que Teresa se metiera al equipo del proyecto. Por un lado, porque no confiaba en sus capacidades; por otro, porque ya no quería más ser cercano a ella.
Dejó el teléfono a un lado y trató de volver a enfocarse en lo suyo. Pero no pasó mucho tiempo antes de que lo agarrara de nuevo y marcara al asistente que trabaja en la oficina presidencial.
Esta vez no se fue al balcón, sino que salió del cuarto y caminó hasta el final del pasillo. Doblando por la esquina, preguntó:
—¿Ya está listo lo del traslado de Teresa?
—Sí, jefe, ya está todo. Pero... —El asistente dudó. Había escuchado los chismes sobre Teresa y el presidente, y no sabía cómo seguir.
—¿Pero qué? —César lo interrumpió, con tono impaciente.
El tipo tragó saliva y dijo:
—Teresa no ha venido por sus cosas. Su oficina sigue igual. No ha movido ni un papel.
—Haz que s