ALBA
La gran casa resuena con un silencio pesado, casi opresivo.
Todo el mundo duerme o finge dormir.
Yo, soy prisionera de esta insomnio que me consume, imposible de cerrar los ojos.
La noche parece haberse congelado a mi alrededor, pesada, espesa, como un velo que no puedo levantar.
Bajo las escaleras a tientas, cada paso amortiguado por la gruesa alfombra. Solo quería un vaso de agua, o tal vez escapar un instante del yugo invisible que aprieta mi pecho.
Pero apenas cruzo la entrada del pequeño salón, una silueta se destaca en la oscuridad como una sombra familiar, amenazante.
— Deberías estar en la cama.
Su voz es baja, áspera, casi un murmullo cargado de promesas y peligro. Imposible de confundir.
Sandro está allí, sentado en un sillón de cuero, la camisa entreabierta, revelando su garganta ardiente y la curva viril de su cuello. Una luz cálida danza en sus ojos oscuros, un destello ardiente que parece sondear mis pensamientos más profundos.
Permanezco inmóvil, incapaz de a