ALBA
La habitación está en silencio. Demasiado silencio.
Solo el tic-tac discreto del reloj sobre la cómoda recuerda que el tiempo avanza, implacable, llevándome hacia un mañana que temo y deseo a la vez.
A través de las pesadas cortinas cerradas, una luz dorada filtra en algunos lugares, como si el mundo exterior intentara recordarme que todavía existe. Aquí, sin embargo, el tiempo parece detenido, suspendido sobre mi cabeza como una espada invisible.
Estoy sentada al borde de la cama, descalza sobre el parquet helado. Mis manos aprietan mecánicamente el tejido de mi bata de noche, fina y ligera, pero que de repente me parece pesar toneladas. La respiración se me escapa en pequeños espasmos, como si cada bocanada de aire tuviera que abrirse camino a través de una pared invisible.
Mañana.
Mañana, esta promesa se convertirá en una trampa.
Y esta trampa tendrá el rostro de Sandro.
Cierro los ojos. La imagen surge de inmediato: su corpulencia imponente, su mirada oscura, esa forma que ti